Desde que descubrí lo que era un veterinario quise ser uno de ellos, unían lo que más me interesaba académicamente, la medicina, con mi pasión por los animales.
Tengo que contar una anécdota, cuando era niña le tenía miedo a los perros, por un percance, pero la entrada de Puça, una cachorrilla de un par de meses, lo cambió todo. Pasé casi un día llorando encima de un sofá y ella permaneció bajo mirándome hasta convertirse en mi primera compañera canina. Después de ella vinieron muchos, en mi casa hubieron muchísimos perros, cada uno de ellos completamente diferente pero todos dejaron su huella.
Más adelante, ya siendo veterinaria, llegó Blacky y me robó el corazón, con su espontaneidad y carácter no podía dejarlo en la calle. Él me ha hecho descubrirlo que es compartir tu vida con un felino, otro mundo que nunca creí tan interesante.
Ser veterinario es asumir que nunca se acaba de aprender, que cada día salen estudios nuevos y que con ellos podemos conseguir más calidad de vida en nuestros peludos, eso me motiva para estar formándome continuamente, a esforzarme por saber más.
Trabajar con pacientes oncológicos, muchos piensas que es triste, pero todo lo contrario, es saber que vas a darle tiempo de calidad con los suyos, es luchar junto a ellos “manos y patas”, es conocer su historia y la de su familia durante las sesiones y todo eso te llena como profesional y como persona.
Tengo mis referentes y ellos me motivan a seguir aprendiendo, pero sobre todo a querer ser mejor profesional y persona.